En octubre de 2024, la Facultad de Medicina Humana de nuestra universidad celebró, por primera vez, uno de los eventos más importantes que puede realizar una institución de educación superior: la Semana de la Bioética. Este evento reunió al claustro pleno, estudiantes, docentes y trabajadores, para reflexionar sobre el papel de la ética en la formación médica. Este esfuerzo colectivo estuvo orientado a fortalecer, en nuestros estudiantes, un compromiso profundo con la ética y la bioética, valores esenciales que deben consolidarse tanto en su vida académica como en su futura práctica profesional. Durante esta semana, se abordaron temas cruciales a través de conferencias magistrales, como "La importancia de la bioética en el quehacer profesional del médico" y "La enseñanza de la bioética como eje transversal en la malla curricular de medicina" 1. Como resultado tangible, culminamos con la elaboración de un "Código de Ética" para los estudiantes, un esfuerzo significativo para formalizar un marco ético que guíe su comportamiento en la vida académica y profesional.
Entre las numerosas actividades, el tema que más captó la atención fue "Reflexiones sobre el fraude académico", un fenómeno social definido como "cualquier acción que atente contra la legitimidad del trabajo o rendimiento académico por parte de los estudiantes o profesores universitarios" 2,3, lo cual constituye una amenaza directa a los propósitos de formación integral de cualquier institución educativa respetable. También fue importante comprender que este comportamiento inapropiado se comete principalmente en contextos evaluativos, con el fin de obtener una calificación que le permita al infractor la promoción a niveles académicos superiores. Esta práctica, presente en diversos niveles del ámbito educativo, representa una amenaza directa a los principios de formación integral que persigue nuestra universidad y se ha visto amplificada, en los últimos años, por el avance de las tecnologías, especialmente el uso del Internet y la inteligencia artificial (IA).
Las modalidades de fraude han evolucionado. A las prácticas tradicionales de copiar de otro estudiante durante un examen, consultar notas o textos durante las pruebas, ayudar inapropiadamente a otra persona (pasar papeles con las respuestas) y conocer de antemano las preguntas de un examen mediante alguien que ya lo rindió previamente, se han sumado variantes impulsadas por la tecnología: el uso de teléfonos inteligentes para obtener respuestas, la suplantación cibernética en evaluaciones en línea, el jaqueo de computadoras usadas para aplicar exámenes, el uso de dispositivos electrónicos colocados en el oído del estudiante transgresor mediante los cuales recibe información de sus cómplices, el uso de IA para realizar trabajos de análisis de texto, entre otras variantes, que han surgido con el desarrollo de la tecnología.
La cuestión central en este contexto es entender qué motiva a los estudiantes a incurrir en estas prácticas deshonestas. Aunque se han realizado algunas investigaciones sobre el tema, aún son insuficientes. McCabe 4, en su estudio de 1993, identificó factores como la presión de grupo (comportamiento de pares), la necesidad de aceptación social y la falta de claridad (o aplicación) de las normas de integridad en los códigos de ética de las universidades.
Más adelante, en 2012, agregó factores emocionales, como la presión social y familiar para cumplir con expectativas de éxito 5. Estos elementos generan un ambiente en el que los estudiantes pueden sentir la tentación de recurrir al fraude como una forma de aliviar la ansiedad por el rendimiento académico y la promoción a niveles superiores.
Dado que en muchos sistemas educativos la calificación representa un indicador de calidad, es comprensible que algunos estudiantes consideren el fraude como un medio para obtener una nota favorable que mejore su estatus académico. Sin embargo, este enfoque resulta contraproducente para su desarrollo integral, a la vez que afecta negativamente la reputación de la institución y del sistema educativo en su conjunto. Aunque existen sanciones disciplinarias y, en algunos casos, consecuencias legales para disuadir el fraude, estas medidas no siempre son suficientes para frenar el fenómeno, lo que deja a las instituciones educativas con el desafío de abordar este problema de manera más profunda y efectiva.
Por lo tanto, constituye un gran reto para las instituciones de educación superior, incluida la nuestra, encontrar respuestas para las preguntas: ¿Cómo luchar contra esta actitud indebida? ¿Cómo lograr que nuestros alumnos no hagan trampa? O mejor aún, ¿Qué hacer para lograr un entorno de sólida honestidad académica?
Las respuestas que buscamos se encuentran en dos vertientes: una que implica el crecimiento individual de los alumnos y otra que involucra también al cuerpo docente.
Es ampliamente conocido, e incluso forma parte de los códigos de ética y deontología de los colegios profesionales de medicina, que la competencia profesional se mantiene a través de la autoformación continua. Los estudios en nuestra facultad y sedes establecen los cimientos en ciencias básicas, clínicas y quirúrgicas; sin embargo, el grado de superación dependerá de la automotivación de cada profesional.
En el médico en formación, un indicador de desarrollo emocional que señala esta capacidad es el grado de autoconocimiento, que deriva en el ejercicio del autocontrol, una apreciada habilidad que conduce a desarrollar la disciplina necesaria para invertir el tiempo requerido para superar las brechas académicas con las que ingresan a la universidad y, luego, mantener el ritmo de aprendizaje que demanda la alta exigencia de la enseñanza de la medicina. Todo esto se consolida en un estilo propio o "ritmo" de aprendizaje particular. Este desarrollo ideal trae consigo la solidez del progreso académico, que hace menos probable que el alumno recurra a prácticas fraudulentas. Los estudiantes que no siguen esta ruta pueden sucumbir a la "ley del mínimo esfuerzo" y, en el peor de los escenarios, aceptar métodos fraudulentos.
El frente externo está bajo la influencia del cuerpo docente, quienes, con un esfuerzo adecuado, deben transmitir la relevancia y aplicación de la materia que imparten en el ejercicio de la medicina, así como, empáticamente, inducir a los estudiantes a apreciar la valiosa oportunidad de disfrutar del trabajo intelectual en sus estudios de medicina y el privilegio de ejercer esta profesión. Esto pretende lograr que los alumnos comprendan que intentar aprobar los exámenes de cualquier manera es menospreciar el legítimo esfuerzo de sus compañeros y maestros, así como desmerecer la distinción de cursar estudios superiores.
Nada mejor que concluir relatando la experiencia de un grupo de alumnos del penúltimo año, quienes solicitaron el cambio de un examen al percatarse de que el profesor de la asignatura estaba repitiendo uno ya aplicado. Esta anécdota, junto con los esfuerzos que realizamos día a día, nos recuerda que en cada estudiante existe el potencial para convertirse en un profesional ético y comprometido con la verdad. Forjar médicos íntegros no es solo cuestión de impartir conocimientos, sino de sembrar en ellos el sentido de responsabilidad y respeto por la nobleza de su vocación. Al final, cada paso que damos hacia una educación basada en principios es una inversión en el bienestar de la sociedad y en la confianza de cada paciente que verá en ellos no solo un médico, sino un ser humano íntegro, digno de su confianza. Que estos valores se arraiguen en nuestros futuros médicos y sean la verdadera fortaleza que los guíe a lo largo de sus vidas.